Huerta

Desde los orígenes el Rosarito pensó un lugar físico para plantar, ver crecer, cosechar y agradecer a la sabiduría de la Tierra. Sabíamos que fomentar estas prácticas nos iba a traer grandes satisfacciones, fundamentalmente en relación a la enseñanza y puesta en juego del desarrollo y estimulación de la sensibilidad de estudiantes y adultos, un espacio vital para todos.

Aula a cielo abierto y manos en la tierra. Lugar de encuentro, para remover y aprender a confiar. Universo de preguntas increíbles. Encontrando soluciones inesperadas. Lugar para crear y aceptar nuestra enorme ignorancia y aprender de los saberes milenarios escondidos en cada terrón.

Propiciar ese espacio escolarizado para sembrar todos los años, todos los cursos y luego satisfacernos con la cosecha propia, celebrando el reparto colectivo, es un ritual comunitario de enorme significado para nuestro proyecto.

Una huerta como excusa para llevar la vi

da a las aulas y las aulas a la vida en la naturaleza. Una manera de enseñar la existencia de otros mundos dentro de la escuela y de sentirnos, a la vez, parte de algo siempre más grande, innombrable, inabarcable, misterioso, complejo y maravilloso.

Escuchar lo que la tierra tiene para decir, dejar que los estudiantes sean interlocutores, estimular el trabajo consciente y participativo, agradecer el poder aprender y enseñar en contacto con la tierra.

Un proyecto para cultivar la paciencia y la constancia; para aprender y enseñar que si cuidamos vive, que si somos equipo lo logramos, que la naturaleza es sabia y que cada semilla atesora las voces de nuestros orígenes, toda la evolución, el pasado y el futuro condensado. Todo el germinar de tantas potencialidades que los seres humanos tenemos escondido, esperando un terreno propicio, un buen cuidado y el momento adecuado para florecer.